24/2/10

Advenimiento - El guardián Capitulo 01

a noche se presentaba tranquila, hacía bastantes horas que había llegado de mi trabajo, aunque aún no había cenado. Pues no podía soltar el libro que había comenzado aquella mañana, me tenía hipnotizada. Pocas veces me sucedía, pero esta era una.
    Esa mañana, al llegar a la parada de autobuses no quedaba ni un alma,  seguramente acababa de pasar. Allí, sobre el banco de la marquesina, había un libro abandonado, era de tapa dura y bastante grueso, carecía de titulo. Lo cogí del asiento pues alguien lo había abandonado al igual que un cachorrito en vacaciones, no tenía ningún marca-páginas ni siquiera una página doblada. Abrí la mochila para guardarlo, ya pensaría que hacer, así descubrí que mi libro no estaba, una vez mas lo había olvidado, seguramente estaría en la encimera. Bueno, la verdad es que siempre me olvidaba algo, cuando no era el libro, era el móvil, y sino el monedero... Era inherente en mí, siempre se me olvidaban las cosas y a menudo volvía a casa por ellas. No tenía ninguna cosa para entretenerme, así que lo saqué y comencé a leer.   
    El libro no tenía ningún título, cosa que me intrigó. Al principio era muy denso y aburrido, además de voluminoso y pesado. Pero a medida que pasaba las hojas la trama se hizo más interesante. Durante todo el viaje al trabajo no dejé ni una vez el libro, devorando las páginas como si mi vida fuera en ella. Al llegar lo cerré, pero durante todo el tiempo que pasé allí, no hubo ni un momento que no sintiera la tentación de abrirlo. Y a la hora de la comida pasé de la tartera, solo para leer más páginas, por lo que no probé bocado. Nada más dar la hora de salir, volví a abrirlo y pasé toda la vuelta a casa desde el trabajo sin apenas levantar un momento la mirada de él. Al llegar a casa me apalanqué en el sofá. Cuando me quise dar cuenta ya eran casi la una de la madrugada.
    Era tarde, las tripas me rugían y mis ojos estaban rojos de cansancio. Y sin embargo solo pensaba en seguir leyendo, pues era incapaz de dejar de leer, era como una droga. Una y otra vez saltaba la frase de siempre, "Un capitulo mas y lo dejo", pero después de uno fue otro y otro más. No podía apartar los ojos. Tras muchos esfuerzos logre cerrar el libro, pues mis manos se rehusaban a dejarlo. De pronto estiré los brazos y lo solté, dejándolo caer en el suelo. Lo miré añorante, ¿Cómo iba dejar aquel maravilloso libro? ¿Cómo podía dejarlo solo?, pobrecillo. Pero que estaba pensando, no podía creerlo, si que debía estar cansada para llegar a pensar eso. Ni hablar no leería, ni una página más. Era hora de descansar y eso es lo que haría.
    Salí de la habitación dejando el libro como cayó. Estaba hambrienta, eran casi las dos. No había probado bocado en todo el día, ya era demasiado tarde para cocinar. Me tendría que contentar con picotear y después a dormir. La nevera estaba casi vacía, aquella tarde debía haber hecho una compra. Comencé picando un poco de esto, un poco de aquello pero eso me despertó tal hambre que llegué hasta la desesperación de atacar a bocados a la mantequilla mientras le espolvoreaba azúcar por encima. Tenía demasiada hambre, parecía que no hubiera comido en una semana. Hasta que no me note  el estomago a punto de explotar no pare, pero la culpabilidad me azuzaba la conciencia de no haber comido algo más sano... ¡pero qué demonios tenía hambre! ¡Un trozo de lechuga no llena lo mismo que un buen filete! y hay ocasiones para cada cosa.
    El dormitorio estaba helado, no había puesto la calefacción. Me puse el pijama, y me deslicé entre las sabanas heladas. Apagué las luces y cerré los ojos. Pronto el silencio y la oscuridad reinaron en mi casa. Pero era un silencio denso y oscuro. Un silencio artificial la había inundado dándole un aire siniestro pues ni siquiera era roto por el ronroneo perpetuo de la nevera, ni la clásica gota de agua que te desquicia por la noche, de ese grifo que no logras cerrar bien. Era un silencio forzado, como si algo lo creara, y noté una terrible sensación de peligro.
       Si, algo silencioso estaba en la casa, más bien algo que mataba el ruido, que lo acallaba. Algo que no había sido invitado. Estaba esperando y por lo que notaba esperaba que me durmiera. Ya conocía este tipo de seres no era la primera vez que me enfrentaba a ellos. Los científicos aun no los habían catalogado, porque prácticamente todas las personas eran incapaces de verlos, y para muchos que los veían solo eran una sombra difusa. Yo les llamaba Llupia por un cuento que le contaron de niña a mi madre.
    Desde el cambio, eran muchas las sensaciones que sentían, sensaciones por llamarlas de alguna manera. Las cosas nunca fueron bien pero cuando comenzó, se convirtieron en una pesadilla, pues todo alrededor comenzó a volverse loco, por mucho que me esforzara en controlarlo. Nunca logre olvidar aquellos días que cada minuto era una pesadilla. Aun me levanto por la noche bañada en sudores fríos y con un grito atravesado en la garganta.
    Allí estaba, asomando su repugnante cabeza, apoyando una de sus segmentadas patas en el marco de la puerta. Parecía una mezcla entre una garrapata y una sanguijuela. Comenzó a avanzar lentamente por el suelo situándose en el umbral de la puerta. Mientras me observaba con sus ojillos segmentados, desde luego le debía parecer una sabrosa comida. No tenía prisa, pues sabía que los humanos eran una presa fácil. Solo tenía que esperar a que su víctima se durmiera y dejara su cuello despejado, para engancharse y comenzar a alimentarse. Algunas veces los había visto enganchados a la gente. Eran pocos, pero era terrible los efectos que causaban, aquella gente parecía salida de un campo de concentración.
    Suavemente levanté la mano haciendo pases para acumular la energía mientras el aire de la habitación se iba enfriando. Había muchas formas de hacer lo que deseaba, pero aquella era la más rápida. Comenzó a brillar una leve mota de polvo en la palma de mi mano, rápidamente se convirtió en una llamita y se fue agrandando hasta adquirir el tamaño de una manzana, convirtiéndose en una bola de fuego crepitante.
    El bicho no se movió de la puerta, estaba allí plantado en el umbral, sin saber qué hacer. ¿Le daría miedo el fuego? Quizás estos bichos no parasitaban a los fumadores. Pero desde luego, si no soportaba que una cucaracha pisara mi casa, menos aquella cosa. Así que hice lo mismo que con cualquier bicho horrendo que entrara en mi hogar.
    Me concentré, estabilicé la bola de fuego, apunté, e impulsé la bola sin hacer ningún movimiento con el brazo para no alertar a la cosa, para que no huyera. Fue bastante llamativo, apestoso y asqueroso, no todos los días se mata un insecto de más de dos kilos. Una vez más agradecí tener aquellos poderes, no solo por ver y exterminar al bicho sino a la hora de limpiar los restos carbonizados del insecto, pues solo de pensar en lo que hubiera tenido que tocar me daban arcadas.
    Era curioso. ¿Cómo podía haber entrado?, comprobé  todas las posibles entradas. Ninguna puerta ni ventana estaba abierta, el bicho no debiera haber podido entrar y desde luego no había pasado por debajo de la puerta. Alguien lo había metido  en mi casa o esas cosas tenían poderes que yo desconocía. Por lo poco que sabía de las Llupia no tenían ninguna habilidad especial, parasitaban a la gente porque nadie las veía. Lo único que veían los médicos eran los efectos pero no eran capaces de descubrir lo que lo producía.
    Comencé a investigar, pues no había notado la ruptura en mis campos de seguridad que mensualmente restauraba cada luna llena, desde hace años sabía que ahí fuera había cosas, cosas que no aparecen en ningún libro, cosas peligrosas que por un descuido pueden llegar a matarte. Y desde un tiempo a esta parte parecía que hubieran proliferado, pues cada día veía más. O quizás... mis cambios eran los que habían aumentado. Ninguno de los campos se había fracturado. Todo estaba bien, y a la vez horriblemente mal, como había podido traspasar mis defensas.
    Cansada y intranquila me dirigí al sofá, tenía que tranquilizarme. Quizás leyera otro rato, un poco de tranquilidad no me vendría mal después del susto de la llupia. Miré donde había dejado caer el libro, pero  allí no estaba, también debajo del sofá pues quizás de un puntapié lo había mandado ahí abajo, no estaba. Comencé a mirar por el salón, nada. Hasta que me lance en una frenética búsqueda por toda la casa. Durante un buen rato, estuve buscando mi libro, y ya agotada después de revolver toda la casa, me senté en el sofá, y me cubrí la cara con las manos, donde podía haber metido mi libro. Solo sentía cansancio, estaba agotada los ojos me dolían, el cuerpo lo tenía muerto, y mi mente era como una enorme nube de algodón.
    La sorpresa vino cuando separé las manos de mi cara, tenía las palmas de las manos heridas, era como si algo se hubiera enganchado en mis manos. ¿Cómo me había hecho eso? De repente, un pensamiento pasó por mi mente, no era un libro. Yo misma había metido al enemigo en mi hogar, yo le había franqueado el paso, por eso mis protecciones le habían dejado pasar. Y aquello me había estado dominando y alimentándose de mí. De pronto, me dieron nauseas, yo había tenido aquello en el regazo, cerca de la cara. Yo había cogido aquello en brazos.
    Me encontraba mal, no había dormido, tenia indigestión debida al atracón que me había dado, y un maldito bicho había estado alimentándose de mí durante todo el día. Y desde luego había descubierto que las Llupia tenían ciertas habilidades que hasta entonces eran desconocidas por mí, el camuflaje y el control. El día había sido demasiado largo, me arrastré a mi cama y me sepulté bajo las mantas. La cama estaba fría y solitaria. No había nadie para acurrucarme en sus brazos y encontrar un poco de calor, seguridad y amor. Nadie que fuera un refugio en los momentos más duros, aquella madrugada ni siquiera tendría la voz dulce de una consoladora madre, como en la niñez, cuando los horrores del mundo se mostraban. El sueño vino antes de lo esperado, aunque la sensación de desasosiego era grande, mayor era mi cansancio. Lentamente me deslicé a un estado de duerme-vela, y el sueño me arropó entre sus brazos mientras una suave voz me susurraba al oído palabras de consuelo y amor, pues lamentablemente, esa era la única forma en la que obtenía cariño en mi solitaria vida.

Sin críticas es imposible mejorar, ¿Me ayudas?

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