17/3/10

Advenimiento - El guardián Capitulo 02

tra vez me había dormido, había dejado sonar el despertador varias veces. Aunque, para lo que tenía que hacer en el trabajo... Apenas terminada de vestir, salí a la calle, tomaría el metro. Era más rápido, pero después de varios sucesos, había decidido que ir en bus era más seguro. No me gustaba la atmósfera que reinaba en él, sobre todo, en la oscuridad de los túneles. Si fuera miedosa apostaría que en cualquier momento saldría de la oscuridad el clásico tentáculo, que agarrando a alguien de la pierna lo arrastraría hacia las tinieblas...Pero una cosa era cierta, esa sensación de peligro que se disparaba cada vez que me acercaba a una boca del metro. La experiencia me había enseñado que no debía tomarla a broma. Pues muchas veces me habían evitado malos encuentros.
    Me encaminé hacia la boca del metro, una marabunta no paraba de entrar y salir. El suelo vibraba de forma extraña bajo mis pies, supuse que era el metro al pasar, o al menos eso deseaba. Bajé por las escaleras hacia el vestíbulo. Una enorme masa de gente se movía armoniosamente, desplazándose por los pasillos igual que la sangre en las venas. Allí, la sensación era más intensa, quizás porque me había acostumbrado a no sentirla al tomar el bus, o tal vez era miedo por la leyenda urbana que me contaron nada más llegar a la ciudad. Esa que habla que en todas las estaciones de metro por lo menos una persona se ha suicidado y que por la noche en los andenes vagan las almas de los suicidas. Nunca había visto ni una ánima de esas, pero en los túneles, por los que circulan los trenes, había visto algo... no podía decir el que, pero algo o algos había.
    A pesar de que cada una de mis células me gritaba que debía salir de allí, marqué mi billete en los tornos, y tras recorrer varias escaleras llegué al andén, como siempre estaba abarrotado, mucha gente se quedaría en tierra y otra entraría en el vagón como las sardinas. Iba a ser un trayecto largo, acalorado y cansado. Tras varios trasbordos, tomé la última línea, la que me dejaría al lado de mi trabajo.
    Me desplacé hacia la cabecera, pues el primer vagón siempre estaba más vacío. El andén estaba lleno, y todos no cabríamos en el próximo metro, así que me pegué a la pared a esperar. Nada más entrar el tren, la gente se comenzó a empujar y apelotonarse alrededor de las puertas, y cuando se abrieron comenzó la pelea, la gente presuntamente civilizada actuaba como salvajes, dándose codazos y empujándose para entrar, solo faltaba que comenzaran con las llaves para ver lucha libre. Sorprendentemente, los vagones dieron cabida a casi todos, y unos pocos nos quedamos en el andén. Cuando el metro partió, vi bastante gente haciendo de Garfield, igual que esos peluches con cuatro ventosas que se ponen en las ventanillas de los coches. Miré las pantallas para ver cuánto faltaba para el siguiente tren, el indicador marcó solo dos minutos, por una vez tenía suerte no llegaría tarde.
    Nada mas irse uno llegó el siguiente, se veía bastante vacío. Me separé de la pared y me encaminé hacia la puerta del tren, se abrió, y justo cuando estaba entrando, un chaval salido de la nada, me empujó, colándose. Nada mas rozarme sentí una tremenda sacudida, como si me hubiera dado un calambrazo que me dejó un tanto atontada. Mientras, la gente que estaba detrás de mí, me empujaba para entrar vi como se encaminaba al lado opuesto del vagón. Aquel chaval no era normal... No sabía que era pero en cierto modo me ponía en guardia, por lo que comencé discretamente a revisar mis pertenencias, no fuera que me hubiera quitado, marcado o puesto algo. Todo estaba correcto, pero la sensación de peligro se acrecentaba a cada segundo que pasaba. Y algo en mi mente no paraba de gritar que huyera, ¿tan peligroso era aquel chaval que estaba en el fondo del vagón? A primera vista era el clásico chico de veintitantos años con su pantalón vaquero, camiseta y cazadora deportiva, con una mochila gris manchada colgando de un asa en el hombro derecho. Se apoyaba tranquilamente en la puerta del vagón mirando a la oscuridad del túnel, como si allí encontrara algo digno de ver.
    Antes que me decidiera a bajar, el tren cerró las puertas y comenzó a moverse tras varios trompicones que sacudiendo a todo el pasaje, odiaba que pasara eso. Y mientras se adentraba en las oscuridades del túnel, comencé a pensar mirando a una de las ventanillas, me bajare en la próxima estación, aunque llegue tarde.
    De pronto, logré definir la sensación que me había estado alterando, era una sensación de presa, notaba que escondido entre las sombras reinaba algo que nos acechaba y nosotros éramos su comida. No sabía que era pero desde luego no estaba dispuesta a conocerlo.
    El metro no dejaba de dar bandazos, la gente molesta comenzó conjeturar cuantas copas llevaba encima el conductor. Las luces del vagón empezaron a parpadear, para terminar apagándose, en ese momento un intenso olor a huevos podridos inundó el vagón, seguramente se habría roto algún colector vertiendo sus aguas a los túneles del metro, no sería la primera vez. El olor comenzó a producirme fuertes nauseas. Mientras el metro paulatinamente redujo la velocidad hasta quedarse parado entre dos estaciones, seguramente era un corte de fluido eléctrico. No se veía ninguna luz, ni de andenes, ni respiraderos. De repente, un fuerte viento sacudió el vagón a pesar de carecer de ventanillas, era como estar en medio de una pradera azotada por un vendaval. Era un viento caliente cargado de olores metálicos, y mi sensación de peligro se había convertido en una sirena de bomberos, solo le faltaba la luz... Desde luego algo se acercaba, algo grande y muy peligroso.
    Mi primera regla era haz caso a tus sensaciones, y la había ignorado. La tercera era si no va a por ti, no te metas, pero me daba que aquello que se acercaba era agresivo y no se iba a parar a coger una víctima al azar e irse. Así que tendría que romper la segunda regla, no utilices tus poderes en público. Discretamente, comencé a mover mis manos en unos pases, para acumular el poder que crearía mi barrera de protección, utilizaría la estructura del vagón para tejer mi red de energía, pues era más fácil y rápido utilizar la superficie de las cosas, que entretejer las energías para moldear una cúpula. Mientras la barrera se generaba la temperatura del vagón bajo y el viento cesó, pues extraje toda la energía del aire. Pero lo que no me esperaba es que en la oscuridad, los hilos del poder brillaran como si unas hileras de diminutas luciérnagas se hubieran colocado por las paredes. Pronto los hilos comenzaron a densificarse formando una barrera en las superficies,  haciendo que las paredes fueran ligeramente fluorescentes. El viento ahora rugía fuera del vagón, pero dentro no se movía ni una mota. Mientras, la gente nerviosa intentaba obtener sin éxito un poco de luz de sus móviles u otros aparatos eléctricos, pues parecía que todas las baterías se habían descargado.
    El vagón comenzó suavemente a vibrar pero con los segundos la vibración fue como una lavadora vieja centrifugando y la gente comenzó a protestar, lo único que les importaba es que el tren se había parado, no arrancaba, que otra vez iban a llegar tarde, pues esta semana se había estropeado la línea multitud de veces. Ninguno se preocupó del porqué no funcionaban los aparatos eléctricos, ni del viento que atravesaba las estructuras metálicas hasta hacía un rato. Y lo que más me sorprendió, es que se quejaran de la falta de luz, a pesar de que las paredes en aquel momento eran fluorescentes. Fuera el viento azotaba el tren, y entre las ráfagas de aire se comenzaron a oír unos extraños susurros, eran como si los muertos nos susurraran desde sus tumbas, y rápidamente se fueron incrementando para convertirse en gritos, aullidos y carcajadas que envolvieron el metro. Todo el mundo calló. Quedaron inmóviles igual que un animal que se ve sorprendido por su depredador.
    Apresuradamente, comencé a repasar los filamentos que constituían la barrera, debía comprobar que no tuviera ninguna falla. Todo iba perfecto, hasta que fijé mi vista al final del vagón, allí un par de brillantes ojos  rojos me devolvieron la mirada, justamente en la puerta que el joven se había apoyado. En ese momento, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, con qué narices me había encerrado. De golpe, se abrió la puerta que separaba la cabina del conductor y el resto, golpeando a alguien que comenzó a gemir. El conductor había enloquecido, no paraba de gritar que los demonios nos llevarían a las profundidades del infierno, habían venido por nosotros y que los túneles del metro solo eran un camino más al abismo. Comenzó a empujar a la gente, mientras se dirigía hacia la salida. ¡Quería abrir las puertas del vagón! Y eso rompería mi barrera y podría entrar... Me puse rápidamente a trabajar, sin importarme que me vieran, forjé todas las puertas al vagón, sin olvidarme de los extintores, ni de reforzar las ventanas para que no las pudieran romper. Mientras hacía esto, sin saber cómo, el chaval que me había empujado, se había situado entre la puerta y el conductor. Algo había cambiado en el joven, no parecía un chico, su pose y altura en cierto modo habían cambiado, era tan extraño. Sin mediar palabra, con una rapidez y elegancia asombrosa, le asestó una docena de puñetazos en menos que se persigna un cura loco, concluyendo con una patada en todas las costillas que impulsó al conductor contra la gente que estaba sentada, dejándolo inconsciente.
    Ahora el vagón era un lugar seguro comparado con el exterior, solo estaba el problema del chaval raro... La cabeza me comenzó a dar vueltas, las piernas me temblaban, y noté que me sangraba la nariz. Había usado demasiado el poder, pues había movilizado demasiada energía en poco tiempo, pero la situación lo requería, había logrado aislarnos del exterior, no podría entrar nada. Bajé la mirada para sacar un pañuelo del bolso, y cuando la levanté, allí donde estaba el chaval era como si hubiera dos imágenes superpuestas la del chaval y la de un hombre alto y fibroso de piel grisácea que medía casi dos metros de alto, vestido de cuero negro, llevaba unas botas con refuerzos en metal, unos pantalones y túnica de manga larga bordada en plata y no sabía qué era lo más llamativo, si sus orejas puntiagudas de cuatro dedos que sobresalían de su cabello blanco con mechones negros o la espada que pendía de su hombro derecho. Aquello desde luego no era nada normal.
    De pronto, en el exterior se comenzaron a ver luces, la gente de al lado de las ventanas comenzó a gritar e intentar situarse en el centro del vagón, debían haber visto algo extraño y desde luego comenzaban a pensar, que cuanto más lejos del exterior mejor... Lo que me dio la oportunidad de escabullirme hacia la cabina que el conductor había dejado abierta, no sabía si el ser que estaba con nosotros iba a ser amigable, pero una cosa era segura, yo no iba intentar descubrirlo. Nada más entrar, cerré la puerta y pasé mis dedos por el marco fundiendo el metal, quedándome encerrada. Las piernas me fallaron y me fui de bruces al suelo, estaba agotada. No me quedaban fuerzas. La nariz me seguía sangrando y quizás, ahora los oídos...
     Al otro lado de la puerta, la mayoría de la gente estaba en silencio, aunque algunos sollozaban o susurraban oraciones. De pronto, el manillar de la puerta giró intentando abrirla, lo miré desde el suelo curiosa sabiendo que habría que hacer algo más para que se abriera. Sonaron unos nudillos en la puerta, alguien llamaba. ¿Sería el ser? En el exterior, se comenzó a oír primero multitud de pisadas en la gravilla de las vías, voces angustiadas y sollozos. Después rugidos, aullidos, gruñidos y gritos aterrorizados, chillidos histéricos, cristales rotos, chirridos de metal. Todos sabían que había algo fuera, estaba cazando. Tumbada en el suelo, daba gracias que no hubiera luz, pues aquello debía ser peor de ver que de escuchar, pues miles de imágenes como los lienzos del Bosco me venían a la mente.   
    En la oscuridad, no se cuanto tiempo pasó entre aquellos espantosos ruidos, quizás fueron minutos, pero para mí fueron horas, lentamente fui recobrando algunas de mis fuerzas, y sosegadamente limpié los rastros de sangre de mi cara, notaba que algo estaba tanteando los hilos de mi barrera, era como si buscara un punto débil para abrirla, tranquila me senté en el sitio del conductor, y cansada comencé a observar los hilos de poder para encontrar alguna falla antes que él diera con ella. Mientras tanto la gente del vagón esperaba a que les tocara su turno. Yo, a que lo de afuera se cansara y se fuera. Lentamente los ruidos comenzaron a apagarse y todo quedo en silencio, solo el sonido de unas gotas sonaba aquí y allá, parecía que se habían ido, pero yo aun los notaba ahí fuera, esperando.
      De pronto, una explosión proveniente de algún lugar del exterior, estremeció el tren, y numerosos gritos de terror llenaron la oscuridad, y el vagón comenzó a ser golpeado por multitud de objetos. Y en un momento el tumulto se volvió a tornar silencio, para ser roto por un par de voces, que parecían discutir en un idioma extranjero. Sin aviso una tanda de nuevas explosiones sacudió el tren haciéndolo volcar y arrastrarse por el suelo hasta topar con una de las paredes. Las sacudidas me hicieron bailar dentro de la cabina, como un muñeco de trapo en el tambor de una lavadora.  Lentamente me levanté magullada, aterrada miré la barrera, que por algún milagro había quedado intacta. Mientras, me sentaba y empezaba a masajear mis miembros doloridos, se comenzó a oír una voz que era tapada por  alaridos provenientes de algún lugar del exterior. Durante los minutos que duraron, lo único que hice fue mirar con los ojos desorbitados a la oscuridad, que envolvía el vagón, mientras mi cuerpo me informaba que estaba hecha polvo y que no tendría muchas más fuerzas para salir de esa.
     De repente,  a una decena de metros apareció un hombre embozado con el clásico atuendo con el que se protegían los médicos del Medievo de la peste negra. El ropaje y el sombrero de ala ancha eran negros, y cubriendo la cara una blanca mascara desquebrajada que recordaba a un pico de un cuervo. El largo cabello pelirrojo caía suelto sobre los hombros como una cascada de llamas agitadas por un viento. En aquellas tinieblas solo se distinguía, aquel extraño hombre avanzando por donde estaría el suelo, hacia la cabina. Con paso tranquilo llegó en frente del vagón. Centró su mirada en la cabina, y con garbo, realizó una graciosa reverencia descubriéndose, cual mosquetero ante su monarca. Y desapareció de la misma manera que había aparecido. Después nada, ni sensación de peligro, ni ruido. La gente abrazada lloraba, entre los llantos y quejidos se oían suplicas, juramentos y oraciones. Pero ninguno se movía.
    Unos golpes rítmicos comenzaron a sonar cerca, tal vez fuera aquel extraño vestido con aquella ropa tan estrafalaria o quizás el ser con el que compartía el vagón. Se comenzó a ver un punto de luz rojiza, pero mientras los golpes se hacían más fuertes y cercanos, se comenzó a desquebrajar la oscuridad como si fuera una cáscara y a desprenderse por trozos, ni siquiera me quise plantear si aquello podía ser posible. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando mi mente me informó que la luz no era roja, sino que el parabrisas del metro estaba manchado de sangre, coágulos y trozos indefinidos. Pasos, voces, gente corriendo. ¿Alguien había venido a buscarnos? ¿Alguien había montado una operación de rescate? ¿Pero quien en su sano juicio montaría una operación de rescate para algo así? Fuera había algunas personas, y sobre todos sobresalía una persona con algún tipo de poder, se estaba acercando al vagón. La gente del vagón estaba aterrada, acababan de descubrir al igual que yo, que el vagón estaba recubierto de sangre, de la sangre de los otros viajeros.
    Un chispazo, había intentado abrir la puerta y la red de fuerzas que había tejido me lo había comunicado. En mi cansado cerebro solo resonó una palabra cuidado. Había que reforzar más la red o entrarían. Levanté las manos recogería toda la energía que pudiera, me concentré también les quitaría a ellos, a mis pasajeros un poco de energía así estarían más tranquilos, no se harían daño con el histerismo que estaban sufriendo por la visión de tanta sangre. Canalicé la energía a través de mí hacia la protección, esta brilló mientras se reforzaba. Pero otra vez me sangraba la nariz, la cabeza me daba vueltas, y me hubiera ido al suelo si hubiera estado de pie. Se oyeron unos gritos fuera, y gran movimiento. Otra vez silencio, algunos sonidos metálicos, susurros, ¿comenzaría otra vez? No quería saber que estaba pasando, ni siquiera quería pensarlo. Unos pasos, si unos pasos se acercaron a la cabina, ¿otra vez sería el médico? Esta vez no lo veía...
    En el cristal la palma de una mano rozó la barrera, era el individuo con poder que había localizado. Esa mano se dedicó a limpiar un trozo del parabrisas de restos. Y una cara de un hombre de mediana edad, de cabellos y ojos oscuros apareció borroso debido al cansancio en el hueco limpio ¿Sería humano o otro bicho raro... Me forcé a mirarlo, era humano fue lo que me dijeron mis sentidos. Nuestros ojos se cruzaron, estaba cansada no aguantaría mas, tenía que saber si esa persona era una amenaza, y había solo una forma, leer su mente, no lo había hecho muy a menudo pero sabía cómo hacerlo. Solo necesitaba saber si era hostil. Recogí las últimas fuerzas, y lancé un conducto hacia él, no para leer sus pensamientos, sino más bien para conocer sus emociones pues era más sencillo. Aquello se abrió, de manera brutal, no lo esperaba. Ambos habíamos tratado de realizar lo mismo, y ambos habíamos quedado expuestos al otro. Rápidamente busqué lo que necesitaba. No, no había maldad, ni hostilidad, ni deseo de sangre o muerte en aquel individuo. Cerré los ojos rompiendo la conexión, y un fuerte dolor recorrió cada centímetro de mis nervios, y un vómito ácido irrumpió en mis labios. El bastardo había intentado mantener el canal, deseaba saber más. Tenía que protegerme, no me gustaban los curiosos. Rápidamente reseguí diversos grabados de mi colgante, que era un talismán, activándolos y cuando  mis dedos dejaron de tocarlo se fusionó con mi piel convirtiéndose en un tatuaje, y con mis últimas energías, tiré del cabo maestro de mi red, mi barrera cayo a la misma vez que yo perdía la conciencia. Mientras mi cabeza golpeaba el suelo, la oscuridad inundó todo.


Sin críticas es imposible mejorar, ¿Me ayudas?

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