2/7/10

Hija de la Iglesia

Hija de la Iglesia - Fernando de Artacho y Pérez-Blázquez

Contraportada
       Un extraño suceso tiene lugar en el monasterio de Santa Águeda, el más ilustre y noble de la ciudad. Aunque la iglesia trata de ocultarlo, el asunto no tarda en llegar a oídos de la santa inquisición. El propio Inquisidor General no duda  en trasladarse personalmente a la ciudad andaluza para presidir la investigación y el posible auto de fe. La satánica aparición así lo aconsejaba.
       Hija de la iglesia es una novela histórica, rigurosamente narrada y documentada. Un recorrido por las costumbres, leyes y personajes de una de las ciudades más cosmopolitas de la Europa de su época y de una sociedad atenazada todavía por las tinieblas del fanatismo y la superstición.
 
Opinión
       Por una vez la contraportada se ajusta realmente al contenido del libro, cosa que hoy en día me asombra. Pues la mayoría de los libros suelen mentir o solo destacar medios de comunicación que les han alabado.
       El libro es ameno, entretenido y tal como se afirma en la contraportada, está rigurosamente documentado, pero sin llegar a ser tedioso. Engancha desde las primeras páginas, y tiene un excelente desarrollo, pero no tiene un buen final. El desenlace es coherente y explica todo lo acaecido pero debido a que se alarga demasiado, la emoción de diluye, dejando el libro un poco cojo.

Sobre el autor
       Fernando de Artacho y Pérez-Blázquez nació en Sevilla en 1960 y es licenciado en Derecho por la universidad Hispalense. Asiduo colaborador en revistas especializadas y medios de comunicación escritos, ha publicado más de media docena de libros, entre los que destacan Las dos verdades y el enigma de la Santa Espina. Es miembro de varias academias e instituciones españolas y extranjeras.

Nota: Bien

El Tesorero de la catedral


El Tesorero de la catedral – Luis Enrique Sánchez

Contraportada
       Córdoba, 1473. El bachiller Diego Rivera regresa a la ciudad después de estudiar en Salamanca y la encuentra sumida en la miseria y el sufrimiento. Las correrías de nobles, caballeros y clérigos, llenan las calles de muerte y desolación. A esto se suma que la presión sobre los moros y judíos de España no ayuda a apaciguar los ánimos y un recelo cada vez mas insostenible acorrala a los más tempranos conversos. En este friso convulso y violento, dominado por una iglesia infectada por la depravación, sobre sale una figura la figura del Tesorero de la Catedral – personaje histórico del siglo XV que únicamente se conoce su truculento final – y que domina toda esta vorágine, llevado por su ilimitada ambición.

Opinión
        El libro trata realmente de la relación que tiene Pedro Fernández, Tesorero de la Catedral y su ahijado el Bachiller Diego Rivera, desde que este último regresa a Córdoba hasta el ‘truculento final del Tesorero’ (dato que se podrían haber ahorrado en la contraportada),  aderezado con las intrigas  y conspiraciones que realiza el tesorero para mantener la ciudad de Córdoba bajo su dominio.
        El libro está muy bien ambientado, el autor nos muestra la sociedad desde dos puntos, los nobles y clérigos representados por el tesorero y la plebe representada por el bachiller. Y como la clase dominante se dedicaba a manipular  la plebe para lograr sus objetivos. Para mí este libro tiene un gran defecto, no logra enganchar al lector, solo narra no atrae al lector. Además, por culpa de lo escrito en la contraportada, ya sabes desde el principio que el tesorero va a morir, la única incógnita es saber en las manos de quien.

Sobre el autor
       Luis Enrique Sánchez es licenciado en Filosofía y Letras, en la especialidad de Geografía e Historia, y Documentalista. Aunque dedicado al mundo de la comunicación institucional, ha compatibilizado el ejercicio profesional con su vocación por la investigación histórica, habiendo desempeñado diversos cargos relacionados con la protección de patrimonio cultural, y es miembro correspondiente de la Real Academia de Córdoba. Tiene en su haber un extenso repertorio de publicaciones sobre archivista e historia, de temática plural y diversa aunque unida esencialmente por su relación con la historia eclesiástica.

 Nota : Suspenso debido al spoiler de la contraportada.

29/6/10

Relato: Para Jetzabel

Querida Jetzabel:
    Si lees esta carta, significa que ya habré muerto. Aunque lamentablemente hace tiempo que me hallaba rondando ese oscuro mundo, pues una gran tristeza afligía mi alma. Así que perdóname, amor mío, pues no podía vivir así. Tuve que elegir.
    Nunca olvidaré la primera vez que te vi. ¡No!  Sería lo más correcto la primera vez que te oí, me volví pues una risa angelical lleno todo el recinto en el que estaba. Y allí, estabas tú, con tu corte de amigos y pretendientes. Brillando como la estrella polar en medio de mi noche de oscuridad.  Mi llegada a esta ciudad, abandonando a mis hermanos, había sido una gran tragedia para mí, pues desde la adolescencia no me había separado de ellos. Y un gran vacío reinaba en mi corazón debido a que había dejado a tras todo lo que llamaba mi familia. Hasta que te encontré, allí estabas tú con tu suave cabello negro recogido, esos ojos verdes como el mar, que estaban mirándome solo a mí, en toda aquella inmensa sala. Hubiera parado en mundo en ese instante, pues fue uno de los momentos de más dicha de toda mi vida.
    Cuando te levantaste, dejando todos aquellos hombres y viniste a mi mesa, el corazón quiso huir de mi pecho, y me encogí como un ratón ante un gato intentando no ser visto. Que bella fue tu voz, la primera vez que la oí, nunca perdiste tu tono angelical. Siempre supuse que debías ser un ángel caído del cielo, y que razón tenía.
    Nunca olvidaré los primeros meses en que todo era amor, felicidad y ternura. Atesoro cada uno de esos minutos con gran cariño, pero vida mía, hubieron detalles a los que cerré los ojos por el amor que te procesaba. Lentamente fui cayendo en tus garras tan endulzadas con las mieles del amor que te rendía, que no me di cuenta que con ellas me estabas estrangulando y arrastrando a la condenación eterna.
    Amor mío, te hubiera entregado mi alma solo con pedirla, pues te amo con cada uno de sus rincones y recovecos. Pero lamentablemente, nunca has querido mi alma así, la querías un poco más física y entre tus garras, para destruirla y devorarla.
    Hace unas pocas semanas, llegó uno de mis tutores, cuyo nombre no importa. Estaba exultante de felicidad, debido a tu supuesto amor y  a que parte de mi familia otra vez estaba a mi lado. Pero que ciego estaba, y cuanto he sufrido por ello. ¿Realmente en algún momento me amaste? En estos últimos días, he llegado a pensar que la muerte sería una buena escapatoria de mi dolor, pues no deseo cumplir lo que me ha sido ordenado. Dios no quiera que lo logre, pues yo aun te adoró.
    Aun me cuesta creer, lo que mi tutor me demostró. No puedo verte como el ser repulsivo que debieras ser, vida mía, sé lo que eres, y esta noche mientras esta carta reposa en mi escritorio, estaré bebiendo cada uno de tus besos, acariciando tu piel, atesorando tus palabras y estas serán las últimas de mi vida, pues no creo que jamás amé a otra, como te amado a ti, mi tesoro.
    Lo que más me atormenta, es que haga lo que haga nuestro amor no tiene futuro, pues tarde o temprano, te aburrirías de mí y me arrancarías el alma. He intentando idear mil planes para huir, protegerte o cambiarte, pero son totalmente inútiles, dado tu naturaleza. Mis tutores siempre han dicho que es más fácil cambiar el curso de una tempestad que la naturaleza de un alma. Cielo mío, cuanto he sufrido, justificando cada uno de tus actos. Pero me abrieron los ojos y solo puedo ver las atrocidades que has cometido, y las que lamentablemente cometerás pues es tu naturaleza hacerlo.
    Con todo esto, me veo avocado a una única solución. Y es devolverte al lugar donde perteneces, para que no puedas seguir haciendo daño. Lamentablemente no me está permitido seguirte. Por lo que me habré de quedar aquí, sin ti, si logro cumplir mi objetivo.  Mi amor, quiero que sepas que te he amado todo lo que un ser humano puede llegar a amar, pero debido a tu naturaleza, uno de los dos no amanecerá. Y espero con toda mi alma, que puedas leer esta carta, porque sino seré el hombre más desgraciado que pise la faz de la tierra.
     Se despide el hombre que creyó atesorar tu amor, un iluso. 


Sin críticas es imposible mejorar, ¿Me ayudas?

28/4/10

Advenimiento - El guardián Capitulo 03

l tacto de las sabanas, siempre es un alivio después de una pesadilla, es como saber que el mundo ha vuelto a la normalidad y nada malo te puede pasar ya. No hay nada comparable al suave calor que sientes cuando despiertas en tu cama. A menudo tenía pesadillas, la mayoría eran realmente angustiosas y aterradoras, pues  soñaba que el fuego y la destrucción se extendían por toda la ciudad y más allá, convirtiendo nuestro planeta en un infierno. Quedando yo y otras personas, las cuales nunca recordaba, en la cima de una montaña observando lo que conseguido, era en ese momento cuando una horrible risa me despertaba. El olor de sabanas limpias era tan tranquilizador, ese olor a suavizante... ¡ese no era mi suavizante! Abrí los ojos aquel techo me era desconocido, un fluorescente parpadeaba. No estaba en mi dormitorio, parecía la habitación de un hospital.    Lentamente me incorporé en la cama para atisbar la habitación mejor. Mis sentidos se despertaron informándome de las numerosas contusiones que tenía por todo mi cuerpo, pero lo peor era la cabeza,  era como si me hubieran golpeado con un bate de beisbol.  Rápidamente el resto de mi conciencia se despertó y el dolor fue relegado a un rincón apartado de mi mente, no tenía tiempo para lloriquear. Pues allí en la esquina, un hombre estaba sentado majestuosamente en el sofá. Su cara no me era desconocida, la había visto antes, no recordaba donde. Aquel hombre poseía poder, un recuerdo asaltó mi mente, era el hombre del tren, el que intentó leer mi mente, ese maldito bastardo.
    Ahora que lo veía mejor, sin tanta sangre ni coágulos de por medio, era un hombre robusto y bien proporcionado. Su melena castaña, casi negra, que le llegaba por los hombros, le encuadraba la cara haciéndole parecer un león. Sus ojos eran grises con una grave y penetrante mirada. Todo de él parecía sacado de un cuadro neoclásico, era como si hubieran retratado a uno de esos dioses griegos. Vestía de negro con unos pantalones vaqueros, americana y en el suéter de cuello alto, sobre su pecho brillaba un extraño colgante plateado de corte tribal.
- Has tenido suerte - dijo el hombre, su voz sonaba igual que un padre regañando a una niña traviesa - Suerte al enfrentarte a ellos.... y suerte que fuera yo, él que se acercó, si llega a ser otro estarías muerta... No deberías salir a perseguirlos, solo eres una cría y seguro que él está muy enojado.
    Le miré como una vaca mirando a un tren, yo no le conocía, jamás le había visto pues un hombre así lo hubiera recordado, era un total desconocido. ¿Quien pensaba que era? La verdad, no le iba a sacar del error. En cuanto se diera la vuelta, desaparecería para jamás volverlo a ver. Aunque... si lo hubiera conocido en otro momento... no me hubiera importado conocerlo, pues su mirada estremecía hasta el último de mis nervios con una sensación de peligro y excitación.
- Anne, desde luego no eres muy habladora - dijo el hombre acomodándose mejor en el sofá, si eso era posible - supongo que todos los tuyos sois iguales. Solo habláis cuando os es imprescindible, más o menos cuando un Jesrocte os esta royendo la cabeza. Bueno, no importa... Le hemos llamado  y viene hacia aquí. No creo que esté feliz. Será mejor que te prepares, pues dado como es, no vas a salir impune de esta.
    Desde luego, tenía un problema, me habían confundido con alguien y algún responsable de la tal Anne iba a venir. Quizás fuera uno de los funcionarios del gobierno que se dedicaban a supervisar a los Hijos. ¿Cuánto tardaría en llegar? Tenía que huir. Desde luego tenía un problema bastante grande, y desde el Cambio mis problemas y preocupaciones se habían incrementado. A mí no me meterían en la lista, no era un animal al que estudiar. Podía hacer cosas que los normales no hacían, pero mi vida cotidiana era normal, igual que mucha gente. Por suerte, mis cambios no fueron  visibles como los de otros, unos nos llamaron los hijos de la contaminación, otros utilizaban la palabra mutante. Muchos pseudocientíficos afirmaron que nos paso esto por los contaminantes, por el agujero en el ozono o por los alimentos transgénicos. Otros afirmaban que era el castigo de dios, por la conducta disoluta de los padres, en pocas palabras la misma mierda que durante siglos han difundido, la de pecadores dios os ha castigado...
    Los Hijos más llamativos, fueron entregados por sus familias, y experimentaron con ellos... muchos murieron, hasta que unos periodistas destaparon los experimentos atroces que realizaban con los Hijos. A partir de ahí, los padres se dedicaron a ocultarlos, pues en la mente de la gente si no eres como los demás eres un monstruo, un inadaptado, o un criminal. Finalmente nuestro gobierno estableció los grados de 'diferencia' de los Hijos, y estableció un protocolo para tratar a aquellos mas 'diferentes', “escuelas especiales, lugares especiales” según dijo el presidente. A pesar eran mentalmente eran iguales que la mayoría de la población. Unos campos de concentración donde mantenerlos seguros, o más bien un lugar donde esconderlos de la vista de la sensible sociedad.
    Un móvil sonó. El hombre se incorporó un poco en el sofá, y extrajo del bolsillo posterior de sus vaqueros el aparato. Miró la pantalla de su móvil, y rozó su amuleto de forma similar a como yo lo hice con el mío, pero el suyo cambio de color volviéndose más rojizo. Descolgó y comenzó a hablar en un idioma extranjero, progresivamente su conversación fue cambiando el tono a uno más serio, agresivo y alto. Mientras se movía incomodo en el sofá. De repente, se levantó de un salto y comenzó a gritarle a su interlocutor mientras caminaba a grandes zancadas por la habitación, la persona que estaba al otro lado de la línea lo había puesto de muy mal carácter, ahora sí que parecía un león, hasta las voces que daba parecían rugidos. De pronto se paro, me miró. El estómago me dio un vuelco y los ovarios se me pusieron como antenitas. ¿Habría descubierto que no era Anne?
    En su mirada pude a preciar cautela y quizás algo de odio, había escuchado algo que no era para mis oídos o quizás me había descubierto. Susurró un par de palabras al interlocutor del móvil, me miró, y se encaminó con paso ligero a la puerta. Salió de la habitación sin ninguna nuestra de agresividad, después de aquella mirada, me esperaba un portazo como mínimo, pero no lo oí, solo el sonido de la llave, me había encerrado.
    Era hora de irse, me levanté de la cama, me habían puesto una bata de hospital, una de esas que te dejan toda la espalda al aire. ¡Fantástico atuendo para una fuga! ¿Habrían guardado mis cosas en un armario de la habitación? Bueno, en principio eso era lo que hacían normalmente, aunque no sé, si las enfermeras o los parientes del enfermo. Así que me dirigí esperanzada hacia él. Desde luego la suerte estaba conmigo allí estaba mi ropa.  Rápidamente me vestí. Tenía que salir de allí, antes que el responsable de Anne llegara. La puerta estaba cerrada y seguramente él estaría fuera discutiendo por el móvil, así que solo quedaba un lugar, la ventana. Aunque seguramente la ventana sería lo primero que mirasen, pero como señuelo iba bien... intentaría otra cosa... Siempre hay más de un camino cuando no te riges por las normas.
    Reseguí en mi pecho el pequeño tatuaje en que se había convertido mi talismán, lo había creado hacia tiempo, tenía varios usos, pero el que más utilizaba era recoger todos mis objetos personales, dejando solo el dinero y poco más. Lo dejaría oculto ahí hasta que estuviera realmente a salvo, no era plan apresurarse. Me acerqué al armario y rápidamente movilicé mi poder para destruir cualquier rastro orgánico que hubiera podido caer de mi ropa, después realicé lo mismo en la cama. La cosa iba bien, no sabían quién era, y no tendrían nada para localizarme.
    Desde hace tiempo, sabía que cada persona dejaba un rastro, aparte de los conocidos por científicos, este era un rastro energético muy diferente a los normales, uno que se podía seguir con otros medios...  Así que debía tener cuidado por si intentaban perseguirme, usaría mi energía para crear varios rastros ficticios y encapsularía el mío, para hacerme invisible a posibles rastreadores, no era la primera vez que me enfrentaba a gente como esta. Comencé a mover las energías que necesitaría, mientras observaba detenidamente la habitación. Fue fácil crear improntas de energía, pues movilizar fuerzas puras siempre lo era. Me fijé en las rejillas de ventilación que había en la habitación, solo tendría que comprimir mi materia y reducir el peso, cosa que aprendí después del lamentable incidente en el instituto. Además nadie esperaría que se pudiera huir por ahí.
    Así que lancé mis rastros, que tardarían cinco minutos en separarse en quince y redirigirse a lugares distintos de la ciudad. Rápidamente me acerqué a la rejilla, me concentré y reduje mi tamaño al de una cucaracha. Mientras entraba por la toma de aire, se comenzó a abrir la cerradura. Él estaba en la puerta plantado mirando la cama vacía, se dirigió a la puerta del baño y llamó. Al no recibir respuesta, volvió a llamar, después abrió la puerta para descubrir que estaba vacío. No veía a nadie en la habitación. Miró hacia la ventana, se acercó. También estaba cerrada. Menudo descuido, me había olvidado abrir la ventana...   
- Bueno, ¿y donde dices que esta mi Anne? - se oyó una voz desde fuera de la habitación - porque ahí no la veo...
- Estaba aquí... - dijo el hombre moreno.
- Pues ahí no hay nadie - respondió el nuevo desconocido mientras movía las manos en una extraña danza.
    En la habitación entró un hombre de unos cincuenta años de rasgos árabes. Llevaba el cabello peinado hacia tras y sus sienes estaban plateadas por las canas. En su cara destacaba una perilla muy bien cuidada. Vestía como un alto ejecutivo, con un traje gris marengo, corbata y camisa con gemelos que iban a juego con el sujeta-corbatas. Sus negros ojos que escrutaban tanto la habitación como al individuo moreno. A su lado entró una chica joven que tendría como mucho dieciséis años, rubia natural, de ojos color miel que  vestía casual con abrigo de lana negra, debajo del cual llevaba un suéter verde botella, unos vaqueros, y unas botas altas de gran tacón. Ambos miraban al hombre moreno con curiosidad.
- Tu chica nueva, Anne, estaba aquí. Se habrá asustado y huido, con el genio que tienes... - dijo el moreno - Esta mañana se enfrentó a una doblez del espacio, como te debes haber enterado, hubo un ataque a los normales. Y ella protegió a parte de ellos con un campo...
- Pues Anne no sería capaz, es una aprendiz- respondió el cincuentón mientras seguía agitando las manos - Ella es incapaz de lograr algo que consideraríamos... como decirlo sin ofender... decente, quizás sea esa la palabra menos ofensiva. No sería capaz de defenderse a sí misma así que defender a más gente sería imposible... ¿Olvidas que es una aprendiz? Además ella ha permanecido todo el día conmigo, es como mi perrito faldero, eso tienen los aprendices piensan que si se pierden un momento de tu tiempo se van a perder algo importante, algún extraño secreto...
- Estás seguro... los jóvenes tienden a escabullirse a la menor oportunidad - dijo el moreno.
- Desde luego, esta es Anne. Anne Scott - dijo señalando a la muchacha que iba con él, y no había abierto la boca en toda la conversación.- Ahora dime, se identificó la muchacha como Anne.
- No, no dijo ni una palabra - respondió.
- ¿Comprobasteis que no fuera ninguno de ellos? - dijo el cincuentón - ¿Verdad, Gianni?
- Lo comprobó Zacarías  - respondió el hombre moreno, Gianni - Y ya sabes cómo es el para estas cosas...
- Así que era humana, y con poder... desde luego debe haber venido de afuera - dijo mientras se mesaba la perilla - Aquí tenemos a todos los nuestros localizados... ¿Pero quién era? ¿Y quién la manda?
- Era una mujer, joven, morena de ojos negros, bajita, con curvas…
- ¡Vaya! - dijo alzando sus manos al cielo - buena descripción engloba a la mitad de la población femenina.
- Tenía cara de niña buena
- ¿Puedes mostrarme una imagen? Lo tuyo nunca han sido las descripciones.
    Gianni comenzó a recitar unas palabras mientras hacía pases con las manos. Y con cada movimiento se fue definiendo una figura femenina, primero se definió mi altura que apenas alcanzaba la altura de Anne. Después se añadió la ropa que vestía, cuando me recogieron del vagón, unos vaqueros oscuros, y un amplio jersey gris. Siempre llevaba ropas amplias y oscuras para ocultar mi sobrepeso,  no es que estuviera realmente gorda, es que no tenía el tipo de las jovencitas… era como la típica Virgen pintada por Murillo. Cuando hubo  terminado de detallar la ropa, siguió con mi cabeza, lo primero que apareció fue mi melena castaña revuelta, que no duraba ni cinco minutos peinada, después dibujó mi rostro cuadrado y en el enmarcó mis grandes ojos negros, mi nariz ligeramente respingona, y mi boca pequeña enmarcada de unos labios carnosos. Y lo más curioso fue la expresión angelical que le confirió a mi rostro. Cuando terminó, los tres contemplaron la imagen, era casi perfecta.
- No la conozco - dijo el cincuentón - y con el poder que ha tenido que utilizar tiene que ser uno de nosotros de pleno derecho. Además sus rasgos son europeos, y conozco a todos, por lo menos de vista. Esta persona no existe.
- Pues te puedo asegurar que es de carne y hueso - respondió Gianni - además de humana según Zacarías, y se puede equivocar en muchas cosas pero en eso...   
    Comencé a oír unas nuevas palabras, el viejo las recitaba. Curiosa me asomé, pues para mí era impresionante ver a otra gente haciendo lo que yo sabía hacer, allí en el aire había una docena de seres que podrían haber pasado por mosquitos, todos ellos se dirigieron hacia la ventana. El hombre se acercó, la abrió dejando salir a los insectos y todos desaparecieron, no quedo ninguno. Mi treta había funcionado. Ya era hora de irse, había sido una temeridad quedarme a mirar, pues me podrían haber localizado y me hubiera tenido que enfrentar a los tres.   
    Lentamente me alejé de la rejilla, y me comencé a internar en el conducto. Estaba lleno de polvo y en algunas zonas había gigantescas pelusas, aquello hacía tiempo que no lo limpiaban. El lugar estaba en penumbra y apenas se veía, pues las rejillas estaban bastante distanciadas unas de otras. Ágilmente avance por aquellos oscuros conductos, intentando hacer el mínimo ruido posible, no deseaba despertar ningún interés. Sin embargo, quizás por paranoia notaba una presencia, aunque era incapaz de localizarla sin usar mis poderes. Tras varios fracasos, logré llegar a un aseo, ahí solo tendría que esperar a que se vaciara para salir. Preferí esperar, pues no sabía si ellos ya habían abandonado el hospital,  así que espere un par de horas aunque aquella sensación de ser vigilada no se diluyó, pero en ese tiempo, oí varias conversaciones que me desvelaron en que hospital me encontraba. Finalmente salí de la rejilla, y corrí hacia uno de los aseos. Allí rompí las fuerzas que me mantenían reducida y adquirí mi tamaño y peso, pero mantuve encapsulado mi poder oculto. Fuera aun se oía jaleo, aun seguía la hora de visita.
     ¿Se habrían ido o continuaban ahí? No sabía si estaban allí fuera. Pero ese era un peligro que tendría que afrontar. Desde luego no me podría quedar a vivir en un aseo. Así que tome aliento, lo contuve y lentamente lo dejé salir, para relajarme. Extendí la mano hacia la puerta y la abrí. En el pasillo había unas cuantas personas, y una enfermera. Cada uno entretenido en sus cosas, allí al lado se veía un ascensor, y en la pared estaba la placa con la planta. Sería fácil, solo tendría que cogerlo y llegar a la planta baja, y allí seguir las señales y salir.
    Llamé al ascensor, no tardó mucho en llegar, venía con alguna gente de arriba, me dirigí hacia el fondo, me gustaba apoyarme en el fondo del ascensor. Pronto estaría fuera. Como siempre, en los lugares públicos el ascensor fue parando en todas las plantas y lentamente se fue llenado, la gente se apelotonó. De repente, las puertas se abrieron, y allí estaba él, el hombre moreno, Gianni. Oculta tras la gente, lo vi entrar, hablando por el móvil. No he había visto, seguramente no se esperaba encontrarme en el ascensor.
    Allí enfrente de las puertas del ascensor, con una postura arrogante estaba hablando en una lengua desconocida por el teléfono, multitud de miradas femeninas seguían su movimientos, igual que una serpiente la flauta del encantador. Todo el mundo se mantenía alejado de él, respetaban  su espacio personal, o bien por respeto o por temor no habría sabido decir cuál de las hipótesis era la correcta.  Allí estaba como un majestuoso león, manteniendo su territorio, mientras las hembras le miraban añorantes. Estuvo solo un par de pisos, pero cuando salió, un suspiro lleno la cabina del ascensor, lo que resultó penoso ver a un montón de mujeres adultas anhelándolo.
    Llegamos a la planta baja, no reconocí a nadie, pero desconocía si estaba a salvo o vigilaban. Rápidamente me dirigí a las puertas automáticas, con la mirada fijada en el suelo, sin levantar los ojos esperando no llamar la atención de nadie. Había anochecido, y hacia un poco de frío, se echaba de menos una chaqueta.
    Me acerqué a la marquesina del autobús más cercana, un mapa, eso es lo que necesitaba para situarme. Iría al centro, era un buen sitio para despistar a cualquier perseguidor. Cogí unas monedas del bolsillo para sacar el billete y me senté a esperar.

Sin críticas es imposible mejorar, ¿Me ayudas?

17/3/10

El libro ya tiene titulo temporal

¡Hola! Aquí dejo el segundo capitulo del libro lo he decidido llamar por ahora Advenimiento - El guardián.
Bueno, a ver como queda el segundo capitulo...

Advenimiento - El guardián Capitulo 02

tra vez me había dormido, había dejado sonar el despertador varias veces. Aunque, para lo que tenía que hacer en el trabajo... Apenas terminada de vestir, salí a la calle, tomaría el metro. Era más rápido, pero después de varios sucesos, había decidido que ir en bus era más seguro. No me gustaba la atmósfera que reinaba en él, sobre todo, en la oscuridad de los túneles. Si fuera miedosa apostaría que en cualquier momento saldría de la oscuridad el clásico tentáculo, que agarrando a alguien de la pierna lo arrastraría hacia las tinieblas...Pero una cosa era cierta, esa sensación de peligro que se disparaba cada vez que me acercaba a una boca del metro. La experiencia me había enseñado que no debía tomarla a broma. Pues muchas veces me habían evitado malos encuentros.
    Me encaminé hacia la boca del metro, una marabunta no paraba de entrar y salir. El suelo vibraba de forma extraña bajo mis pies, supuse que era el metro al pasar, o al menos eso deseaba. Bajé por las escaleras hacia el vestíbulo. Una enorme masa de gente se movía armoniosamente, desplazándose por los pasillos igual que la sangre en las venas. Allí, la sensación era más intensa, quizás porque me había acostumbrado a no sentirla al tomar el bus, o tal vez era miedo por la leyenda urbana que me contaron nada más llegar a la ciudad. Esa que habla que en todas las estaciones de metro por lo menos una persona se ha suicidado y que por la noche en los andenes vagan las almas de los suicidas. Nunca había visto ni una ánima de esas, pero en los túneles, por los que circulan los trenes, había visto algo... no podía decir el que, pero algo o algos había.
    A pesar de que cada una de mis células me gritaba que debía salir de allí, marqué mi billete en los tornos, y tras recorrer varias escaleras llegué al andén, como siempre estaba abarrotado, mucha gente se quedaría en tierra y otra entraría en el vagón como las sardinas. Iba a ser un trayecto largo, acalorado y cansado. Tras varios trasbordos, tomé la última línea, la que me dejaría al lado de mi trabajo.
    Me desplacé hacia la cabecera, pues el primer vagón siempre estaba más vacío. El andén estaba lleno, y todos no cabríamos en el próximo metro, así que me pegué a la pared a esperar. Nada más entrar el tren, la gente se comenzó a empujar y apelotonarse alrededor de las puertas, y cuando se abrieron comenzó la pelea, la gente presuntamente civilizada actuaba como salvajes, dándose codazos y empujándose para entrar, solo faltaba que comenzaran con las llaves para ver lucha libre. Sorprendentemente, los vagones dieron cabida a casi todos, y unos pocos nos quedamos en el andén. Cuando el metro partió, vi bastante gente haciendo de Garfield, igual que esos peluches con cuatro ventosas que se ponen en las ventanillas de los coches. Miré las pantallas para ver cuánto faltaba para el siguiente tren, el indicador marcó solo dos minutos, por una vez tenía suerte no llegaría tarde.
    Nada mas irse uno llegó el siguiente, se veía bastante vacío. Me separé de la pared y me encaminé hacia la puerta del tren, se abrió, y justo cuando estaba entrando, un chaval salido de la nada, me empujó, colándose. Nada mas rozarme sentí una tremenda sacudida, como si me hubiera dado un calambrazo que me dejó un tanto atontada. Mientras, la gente que estaba detrás de mí, me empujaba para entrar vi como se encaminaba al lado opuesto del vagón. Aquel chaval no era normal... No sabía que era pero en cierto modo me ponía en guardia, por lo que comencé discretamente a revisar mis pertenencias, no fuera que me hubiera quitado, marcado o puesto algo. Todo estaba correcto, pero la sensación de peligro se acrecentaba a cada segundo que pasaba. Y algo en mi mente no paraba de gritar que huyera, ¿tan peligroso era aquel chaval que estaba en el fondo del vagón? A primera vista era el clásico chico de veintitantos años con su pantalón vaquero, camiseta y cazadora deportiva, con una mochila gris manchada colgando de un asa en el hombro derecho. Se apoyaba tranquilamente en la puerta del vagón mirando a la oscuridad del túnel, como si allí encontrara algo digno de ver.
    Antes que me decidiera a bajar, el tren cerró las puertas y comenzó a moverse tras varios trompicones que sacudiendo a todo el pasaje, odiaba que pasara eso. Y mientras se adentraba en las oscuridades del túnel, comencé a pensar mirando a una de las ventanillas, me bajare en la próxima estación, aunque llegue tarde.
    De pronto, logré definir la sensación que me había estado alterando, era una sensación de presa, notaba que escondido entre las sombras reinaba algo que nos acechaba y nosotros éramos su comida. No sabía que era pero desde luego no estaba dispuesta a conocerlo.
    El metro no dejaba de dar bandazos, la gente molesta comenzó conjeturar cuantas copas llevaba encima el conductor. Las luces del vagón empezaron a parpadear, para terminar apagándose, en ese momento un intenso olor a huevos podridos inundó el vagón, seguramente se habría roto algún colector vertiendo sus aguas a los túneles del metro, no sería la primera vez. El olor comenzó a producirme fuertes nauseas. Mientras el metro paulatinamente redujo la velocidad hasta quedarse parado entre dos estaciones, seguramente era un corte de fluido eléctrico. No se veía ninguna luz, ni de andenes, ni respiraderos. De repente, un fuerte viento sacudió el vagón a pesar de carecer de ventanillas, era como estar en medio de una pradera azotada por un vendaval. Era un viento caliente cargado de olores metálicos, y mi sensación de peligro se había convertido en una sirena de bomberos, solo le faltaba la luz... Desde luego algo se acercaba, algo grande y muy peligroso.
    Mi primera regla era haz caso a tus sensaciones, y la había ignorado. La tercera era si no va a por ti, no te metas, pero me daba que aquello que se acercaba era agresivo y no se iba a parar a coger una víctima al azar e irse. Así que tendría que romper la segunda regla, no utilices tus poderes en público. Discretamente, comencé a mover mis manos en unos pases, para acumular el poder que crearía mi barrera de protección, utilizaría la estructura del vagón para tejer mi red de energía, pues era más fácil y rápido utilizar la superficie de las cosas, que entretejer las energías para moldear una cúpula. Mientras la barrera se generaba la temperatura del vagón bajo y el viento cesó, pues extraje toda la energía del aire. Pero lo que no me esperaba es que en la oscuridad, los hilos del poder brillaran como si unas hileras de diminutas luciérnagas se hubieran colocado por las paredes. Pronto los hilos comenzaron a densificarse formando una barrera en las superficies,  haciendo que las paredes fueran ligeramente fluorescentes. El viento ahora rugía fuera del vagón, pero dentro no se movía ni una mota. Mientras, la gente nerviosa intentaba obtener sin éxito un poco de luz de sus móviles u otros aparatos eléctricos, pues parecía que todas las baterías se habían descargado.
    El vagón comenzó suavemente a vibrar pero con los segundos la vibración fue como una lavadora vieja centrifugando y la gente comenzó a protestar, lo único que les importaba es que el tren se había parado, no arrancaba, que otra vez iban a llegar tarde, pues esta semana se había estropeado la línea multitud de veces. Ninguno se preocupó del porqué no funcionaban los aparatos eléctricos, ni del viento que atravesaba las estructuras metálicas hasta hacía un rato. Y lo que más me sorprendió, es que se quejaran de la falta de luz, a pesar de que las paredes en aquel momento eran fluorescentes. Fuera el viento azotaba el tren, y entre las ráfagas de aire se comenzaron a oír unos extraños susurros, eran como si los muertos nos susurraran desde sus tumbas, y rápidamente se fueron incrementando para convertirse en gritos, aullidos y carcajadas que envolvieron el metro. Todo el mundo calló. Quedaron inmóviles igual que un animal que se ve sorprendido por su depredador.
    Apresuradamente, comencé a repasar los filamentos que constituían la barrera, debía comprobar que no tuviera ninguna falla. Todo iba perfecto, hasta que fijé mi vista al final del vagón, allí un par de brillantes ojos  rojos me devolvieron la mirada, justamente en la puerta que el joven se había apoyado. En ese momento, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, con qué narices me había encerrado. De golpe, se abrió la puerta que separaba la cabina del conductor y el resto, golpeando a alguien que comenzó a gemir. El conductor había enloquecido, no paraba de gritar que los demonios nos llevarían a las profundidades del infierno, habían venido por nosotros y que los túneles del metro solo eran un camino más al abismo. Comenzó a empujar a la gente, mientras se dirigía hacia la salida. ¡Quería abrir las puertas del vagón! Y eso rompería mi barrera y podría entrar... Me puse rápidamente a trabajar, sin importarme que me vieran, forjé todas las puertas al vagón, sin olvidarme de los extintores, ni de reforzar las ventanas para que no las pudieran romper. Mientras hacía esto, sin saber cómo, el chaval que me había empujado, se había situado entre la puerta y el conductor. Algo había cambiado en el joven, no parecía un chico, su pose y altura en cierto modo habían cambiado, era tan extraño. Sin mediar palabra, con una rapidez y elegancia asombrosa, le asestó una docena de puñetazos en menos que se persigna un cura loco, concluyendo con una patada en todas las costillas que impulsó al conductor contra la gente que estaba sentada, dejándolo inconsciente.
    Ahora el vagón era un lugar seguro comparado con el exterior, solo estaba el problema del chaval raro... La cabeza me comenzó a dar vueltas, las piernas me temblaban, y noté que me sangraba la nariz. Había usado demasiado el poder, pues había movilizado demasiada energía en poco tiempo, pero la situación lo requería, había logrado aislarnos del exterior, no podría entrar nada. Bajé la mirada para sacar un pañuelo del bolso, y cuando la levanté, allí donde estaba el chaval era como si hubiera dos imágenes superpuestas la del chaval y la de un hombre alto y fibroso de piel grisácea que medía casi dos metros de alto, vestido de cuero negro, llevaba unas botas con refuerzos en metal, unos pantalones y túnica de manga larga bordada en plata y no sabía qué era lo más llamativo, si sus orejas puntiagudas de cuatro dedos que sobresalían de su cabello blanco con mechones negros o la espada que pendía de su hombro derecho. Aquello desde luego no era nada normal.
    De pronto, en el exterior se comenzaron a ver luces, la gente de al lado de las ventanas comenzó a gritar e intentar situarse en el centro del vagón, debían haber visto algo extraño y desde luego comenzaban a pensar, que cuanto más lejos del exterior mejor... Lo que me dio la oportunidad de escabullirme hacia la cabina que el conductor había dejado abierta, no sabía si el ser que estaba con nosotros iba a ser amigable, pero una cosa era segura, yo no iba intentar descubrirlo. Nada más entrar, cerré la puerta y pasé mis dedos por el marco fundiendo el metal, quedándome encerrada. Las piernas me fallaron y me fui de bruces al suelo, estaba agotada. No me quedaban fuerzas. La nariz me seguía sangrando y quizás, ahora los oídos...
     Al otro lado de la puerta, la mayoría de la gente estaba en silencio, aunque algunos sollozaban o susurraban oraciones. De pronto, el manillar de la puerta giró intentando abrirla, lo miré desde el suelo curiosa sabiendo que habría que hacer algo más para que se abriera. Sonaron unos nudillos en la puerta, alguien llamaba. ¿Sería el ser? En el exterior, se comenzó a oír primero multitud de pisadas en la gravilla de las vías, voces angustiadas y sollozos. Después rugidos, aullidos, gruñidos y gritos aterrorizados, chillidos histéricos, cristales rotos, chirridos de metal. Todos sabían que había algo fuera, estaba cazando. Tumbada en el suelo, daba gracias que no hubiera luz, pues aquello debía ser peor de ver que de escuchar, pues miles de imágenes como los lienzos del Bosco me venían a la mente.   
    En la oscuridad, no se cuanto tiempo pasó entre aquellos espantosos ruidos, quizás fueron minutos, pero para mí fueron horas, lentamente fui recobrando algunas de mis fuerzas, y sosegadamente limpié los rastros de sangre de mi cara, notaba que algo estaba tanteando los hilos de mi barrera, era como si buscara un punto débil para abrirla, tranquila me senté en el sitio del conductor, y cansada comencé a observar los hilos de poder para encontrar alguna falla antes que él diera con ella. Mientras tanto la gente del vagón esperaba a que les tocara su turno. Yo, a que lo de afuera se cansara y se fuera. Lentamente los ruidos comenzaron a apagarse y todo quedo en silencio, solo el sonido de unas gotas sonaba aquí y allá, parecía que se habían ido, pero yo aun los notaba ahí fuera, esperando.
      De pronto, una explosión proveniente de algún lugar del exterior, estremeció el tren, y numerosos gritos de terror llenaron la oscuridad, y el vagón comenzó a ser golpeado por multitud de objetos. Y en un momento el tumulto se volvió a tornar silencio, para ser roto por un par de voces, que parecían discutir en un idioma extranjero. Sin aviso una tanda de nuevas explosiones sacudió el tren haciéndolo volcar y arrastrarse por el suelo hasta topar con una de las paredes. Las sacudidas me hicieron bailar dentro de la cabina, como un muñeco de trapo en el tambor de una lavadora.  Lentamente me levanté magullada, aterrada miré la barrera, que por algún milagro había quedado intacta. Mientras, me sentaba y empezaba a masajear mis miembros doloridos, se comenzó a oír una voz que era tapada por  alaridos provenientes de algún lugar del exterior. Durante los minutos que duraron, lo único que hice fue mirar con los ojos desorbitados a la oscuridad, que envolvía el vagón, mientras mi cuerpo me informaba que estaba hecha polvo y que no tendría muchas más fuerzas para salir de esa.
     De repente,  a una decena de metros apareció un hombre embozado con el clásico atuendo con el que se protegían los médicos del Medievo de la peste negra. El ropaje y el sombrero de ala ancha eran negros, y cubriendo la cara una blanca mascara desquebrajada que recordaba a un pico de un cuervo. El largo cabello pelirrojo caía suelto sobre los hombros como una cascada de llamas agitadas por un viento. En aquellas tinieblas solo se distinguía, aquel extraño hombre avanzando por donde estaría el suelo, hacia la cabina. Con paso tranquilo llegó en frente del vagón. Centró su mirada en la cabina, y con garbo, realizó una graciosa reverencia descubriéndose, cual mosquetero ante su monarca. Y desapareció de la misma manera que había aparecido. Después nada, ni sensación de peligro, ni ruido. La gente abrazada lloraba, entre los llantos y quejidos se oían suplicas, juramentos y oraciones. Pero ninguno se movía.
    Unos golpes rítmicos comenzaron a sonar cerca, tal vez fuera aquel extraño vestido con aquella ropa tan estrafalaria o quizás el ser con el que compartía el vagón. Se comenzó a ver un punto de luz rojiza, pero mientras los golpes se hacían más fuertes y cercanos, se comenzó a desquebrajar la oscuridad como si fuera una cáscara y a desprenderse por trozos, ni siquiera me quise plantear si aquello podía ser posible. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral cuando mi mente me informó que la luz no era roja, sino que el parabrisas del metro estaba manchado de sangre, coágulos y trozos indefinidos. Pasos, voces, gente corriendo. ¿Alguien había venido a buscarnos? ¿Alguien había montado una operación de rescate? ¿Pero quien en su sano juicio montaría una operación de rescate para algo así? Fuera había algunas personas, y sobre todos sobresalía una persona con algún tipo de poder, se estaba acercando al vagón. La gente del vagón estaba aterrada, acababan de descubrir al igual que yo, que el vagón estaba recubierto de sangre, de la sangre de los otros viajeros.
    Un chispazo, había intentado abrir la puerta y la red de fuerzas que había tejido me lo había comunicado. En mi cansado cerebro solo resonó una palabra cuidado. Había que reforzar más la red o entrarían. Levanté las manos recogería toda la energía que pudiera, me concentré también les quitaría a ellos, a mis pasajeros un poco de energía así estarían más tranquilos, no se harían daño con el histerismo que estaban sufriendo por la visión de tanta sangre. Canalicé la energía a través de mí hacia la protección, esta brilló mientras se reforzaba. Pero otra vez me sangraba la nariz, la cabeza me daba vueltas, y me hubiera ido al suelo si hubiera estado de pie. Se oyeron unos gritos fuera, y gran movimiento. Otra vez silencio, algunos sonidos metálicos, susurros, ¿comenzaría otra vez? No quería saber que estaba pasando, ni siquiera quería pensarlo. Unos pasos, si unos pasos se acercaron a la cabina, ¿otra vez sería el médico? Esta vez no lo veía...
    En el cristal la palma de una mano rozó la barrera, era el individuo con poder que había localizado. Esa mano se dedicó a limpiar un trozo del parabrisas de restos. Y una cara de un hombre de mediana edad, de cabellos y ojos oscuros apareció borroso debido al cansancio en el hueco limpio ¿Sería humano o otro bicho raro... Me forcé a mirarlo, era humano fue lo que me dijeron mis sentidos. Nuestros ojos se cruzaron, estaba cansada no aguantaría mas, tenía que saber si esa persona era una amenaza, y había solo una forma, leer su mente, no lo había hecho muy a menudo pero sabía cómo hacerlo. Solo necesitaba saber si era hostil. Recogí las últimas fuerzas, y lancé un conducto hacia él, no para leer sus pensamientos, sino más bien para conocer sus emociones pues era más sencillo. Aquello se abrió, de manera brutal, no lo esperaba. Ambos habíamos tratado de realizar lo mismo, y ambos habíamos quedado expuestos al otro. Rápidamente busqué lo que necesitaba. No, no había maldad, ni hostilidad, ni deseo de sangre o muerte en aquel individuo. Cerré los ojos rompiendo la conexión, y un fuerte dolor recorrió cada centímetro de mis nervios, y un vómito ácido irrumpió en mis labios. El bastardo había intentado mantener el canal, deseaba saber más. Tenía que protegerme, no me gustaban los curiosos. Rápidamente reseguí diversos grabados de mi colgante, que era un talismán, activándolos y cuando  mis dedos dejaron de tocarlo se fusionó con mi piel convirtiéndose en un tatuaje, y con mis últimas energías, tiré del cabo maestro de mi red, mi barrera cayo a la misma vez que yo perdía la conciencia. Mientras mi cabeza golpeaba el suelo, la oscuridad inundó todo.


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24/2/10

Advenimiento - El guardián Capitulo 01

a noche se presentaba tranquila, hacía bastantes horas que había llegado de mi trabajo, aunque aún no había cenado. Pues no podía soltar el libro que había comenzado aquella mañana, me tenía hipnotizada. Pocas veces me sucedía, pero esta era una.
    Esa mañana, al llegar a la parada de autobuses no quedaba ni un alma,  seguramente acababa de pasar. Allí, sobre el banco de la marquesina, había un libro abandonado, era de tapa dura y bastante grueso, carecía de titulo. Lo cogí del asiento pues alguien lo había abandonado al igual que un cachorrito en vacaciones, no tenía ningún marca-páginas ni siquiera una página doblada. Abrí la mochila para guardarlo, ya pensaría que hacer, así descubrí que mi libro no estaba, una vez mas lo había olvidado, seguramente estaría en la encimera. Bueno, la verdad es que siempre me olvidaba algo, cuando no era el libro, era el móvil, y sino el monedero... Era inherente en mí, siempre se me olvidaban las cosas y a menudo volvía a casa por ellas. No tenía ninguna cosa para entretenerme, así que lo saqué y comencé a leer.   
    El libro no tenía ningún título, cosa que me intrigó. Al principio era muy denso y aburrido, además de voluminoso y pesado. Pero a medida que pasaba las hojas la trama se hizo más interesante. Durante todo el viaje al trabajo no dejé ni una vez el libro, devorando las páginas como si mi vida fuera en ella. Al llegar lo cerré, pero durante todo el tiempo que pasé allí, no hubo ni un momento que no sintiera la tentación de abrirlo. Y a la hora de la comida pasé de la tartera, solo para leer más páginas, por lo que no probé bocado. Nada más dar la hora de salir, volví a abrirlo y pasé toda la vuelta a casa desde el trabajo sin apenas levantar un momento la mirada de él. Al llegar a casa me apalanqué en el sofá. Cuando me quise dar cuenta ya eran casi la una de la madrugada.
    Era tarde, las tripas me rugían y mis ojos estaban rojos de cansancio. Y sin embargo solo pensaba en seguir leyendo, pues era incapaz de dejar de leer, era como una droga. Una y otra vez saltaba la frase de siempre, "Un capitulo mas y lo dejo", pero después de uno fue otro y otro más. No podía apartar los ojos. Tras muchos esfuerzos logre cerrar el libro, pues mis manos se rehusaban a dejarlo. De pronto estiré los brazos y lo solté, dejándolo caer en el suelo. Lo miré añorante, ¿Cómo iba dejar aquel maravilloso libro? ¿Cómo podía dejarlo solo?, pobrecillo. Pero que estaba pensando, no podía creerlo, si que debía estar cansada para llegar a pensar eso. Ni hablar no leería, ni una página más. Era hora de descansar y eso es lo que haría.
    Salí de la habitación dejando el libro como cayó. Estaba hambrienta, eran casi las dos. No había probado bocado en todo el día, ya era demasiado tarde para cocinar. Me tendría que contentar con picotear y después a dormir. La nevera estaba casi vacía, aquella tarde debía haber hecho una compra. Comencé picando un poco de esto, un poco de aquello pero eso me despertó tal hambre que llegué hasta la desesperación de atacar a bocados a la mantequilla mientras le espolvoreaba azúcar por encima. Tenía demasiada hambre, parecía que no hubiera comido en una semana. Hasta que no me note  el estomago a punto de explotar no pare, pero la culpabilidad me azuzaba la conciencia de no haber comido algo más sano... ¡pero qué demonios tenía hambre! ¡Un trozo de lechuga no llena lo mismo que un buen filete! y hay ocasiones para cada cosa.
    El dormitorio estaba helado, no había puesto la calefacción. Me puse el pijama, y me deslicé entre las sabanas heladas. Apagué las luces y cerré los ojos. Pronto el silencio y la oscuridad reinaron en mi casa. Pero era un silencio denso y oscuro. Un silencio artificial la había inundado dándole un aire siniestro pues ni siquiera era roto por el ronroneo perpetuo de la nevera, ni la clásica gota de agua que te desquicia por la noche, de ese grifo que no logras cerrar bien. Era un silencio forzado, como si algo lo creara, y noté una terrible sensación de peligro.
       Si, algo silencioso estaba en la casa, más bien algo que mataba el ruido, que lo acallaba. Algo que no había sido invitado. Estaba esperando y por lo que notaba esperaba que me durmiera. Ya conocía este tipo de seres no era la primera vez que me enfrentaba a ellos. Los científicos aun no los habían catalogado, porque prácticamente todas las personas eran incapaces de verlos, y para muchos que los veían solo eran una sombra difusa. Yo les llamaba Llupia por un cuento que le contaron de niña a mi madre.
    Desde el cambio, eran muchas las sensaciones que sentían, sensaciones por llamarlas de alguna manera. Las cosas nunca fueron bien pero cuando comenzó, se convirtieron en una pesadilla, pues todo alrededor comenzó a volverse loco, por mucho que me esforzara en controlarlo. Nunca logre olvidar aquellos días que cada minuto era una pesadilla. Aun me levanto por la noche bañada en sudores fríos y con un grito atravesado en la garganta.
    Allí estaba, asomando su repugnante cabeza, apoyando una de sus segmentadas patas en el marco de la puerta. Parecía una mezcla entre una garrapata y una sanguijuela. Comenzó a avanzar lentamente por el suelo situándose en el umbral de la puerta. Mientras me observaba con sus ojillos segmentados, desde luego le debía parecer una sabrosa comida. No tenía prisa, pues sabía que los humanos eran una presa fácil. Solo tenía que esperar a que su víctima se durmiera y dejara su cuello despejado, para engancharse y comenzar a alimentarse. Algunas veces los había visto enganchados a la gente. Eran pocos, pero era terrible los efectos que causaban, aquella gente parecía salida de un campo de concentración.
    Suavemente levanté la mano haciendo pases para acumular la energía mientras el aire de la habitación se iba enfriando. Había muchas formas de hacer lo que deseaba, pero aquella era la más rápida. Comenzó a brillar una leve mota de polvo en la palma de mi mano, rápidamente se convirtió en una llamita y se fue agrandando hasta adquirir el tamaño de una manzana, convirtiéndose en una bola de fuego crepitante.
    El bicho no se movió de la puerta, estaba allí plantado en el umbral, sin saber qué hacer. ¿Le daría miedo el fuego? Quizás estos bichos no parasitaban a los fumadores. Pero desde luego, si no soportaba que una cucaracha pisara mi casa, menos aquella cosa. Así que hice lo mismo que con cualquier bicho horrendo que entrara en mi hogar.
    Me concentré, estabilicé la bola de fuego, apunté, e impulsé la bola sin hacer ningún movimiento con el brazo para no alertar a la cosa, para que no huyera. Fue bastante llamativo, apestoso y asqueroso, no todos los días se mata un insecto de más de dos kilos. Una vez más agradecí tener aquellos poderes, no solo por ver y exterminar al bicho sino a la hora de limpiar los restos carbonizados del insecto, pues solo de pensar en lo que hubiera tenido que tocar me daban arcadas.
    Era curioso. ¿Cómo podía haber entrado?, comprobé  todas las posibles entradas. Ninguna puerta ni ventana estaba abierta, el bicho no debiera haber podido entrar y desde luego no había pasado por debajo de la puerta. Alguien lo había metido  en mi casa o esas cosas tenían poderes que yo desconocía. Por lo poco que sabía de las Llupia no tenían ninguna habilidad especial, parasitaban a la gente porque nadie las veía. Lo único que veían los médicos eran los efectos pero no eran capaces de descubrir lo que lo producía.
    Comencé a investigar, pues no había notado la ruptura en mis campos de seguridad que mensualmente restauraba cada luna llena, desde hace años sabía que ahí fuera había cosas, cosas que no aparecen en ningún libro, cosas peligrosas que por un descuido pueden llegar a matarte. Y desde un tiempo a esta parte parecía que hubieran proliferado, pues cada día veía más. O quizás... mis cambios eran los que habían aumentado. Ninguno de los campos se había fracturado. Todo estaba bien, y a la vez horriblemente mal, como había podido traspasar mis defensas.
    Cansada y intranquila me dirigí al sofá, tenía que tranquilizarme. Quizás leyera otro rato, un poco de tranquilidad no me vendría mal después del susto de la llupia. Miré donde había dejado caer el libro, pero  allí no estaba, también debajo del sofá pues quizás de un puntapié lo había mandado ahí abajo, no estaba. Comencé a mirar por el salón, nada. Hasta que me lance en una frenética búsqueda por toda la casa. Durante un buen rato, estuve buscando mi libro, y ya agotada después de revolver toda la casa, me senté en el sofá, y me cubrí la cara con las manos, donde podía haber metido mi libro. Solo sentía cansancio, estaba agotada los ojos me dolían, el cuerpo lo tenía muerto, y mi mente era como una enorme nube de algodón.
    La sorpresa vino cuando separé las manos de mi cara, tenía las palmas de las manos heridas, era como si algo se hubiera enganchado en mis manos. ¿Cómo me había hecho eso? De repente, un pensamiento pasó por mi mente, no era un libro. Yo misma había metido al enemigo en mi hogar, yo le había franqueado el paso, por eso mis protecciones le habían dejado pasar. Y aquello me había estado dominando y alimentándose de mí. De pronto, me dieron nauseas, yo había tenido aquello en el regazo, cerca de la cara. Yo había cogido aquello en brazos.
    Me encontraba mal, no había dormido, tenia indigestión debida al atracón que me había dado, y un maldito bicho había estado alimentándose de mí durante todo el día. Y desde luego había descubierto que las Llupia tenían ciertas habilidades que hasta entonces eran desconocidas por mí, el camuflaje y el control. El día había sido demasiado largo, me arrastré a mi cama y me sepulté bajo las mantas. La cama estaba fría y solitaria. No había nadie para acurrucarme en sus brazos y encontrar un poco de calor, seguridad y amor. Nadie que fuera un refugio en los momentos más duros, aquella madrugada ni siquiera tendría la voz dulce de una consoladora madre, como en la niñez, cuando los horrores del mundo se mostraban. El sueño vino antes de lo esperado, aunque la sensación de desasosiego era grande, mayor era mi cansancio. Lentamente me deslicé a un estado de duerme-vela, y el sueño me arropó entre sus brazos mientras una suave voz me susurraba al oído palabras de consuelo y amor, pues lamentablemente, esa era la única forma en la que obtenía cariño en mi solitaria vida.

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23/2/10

Siempre hay un inicio


Todo posee un inicio y un final. Este es el inicio de este blog y el fin es algo a lo que lentamente se ira aproximado cada día. Pero hasta que llegue ese día, se irán añadiendo entradas con mas o menos regularidad, acrecentando poco a poco este proyecto de blog.