28/4/10

Advenimiento - El guardián Capitulo 03

l tacto de las sabanas, siempre es un alivio después de una pesadilla, es como saber que el mundo ha vuelto a la normalidad y nada malo te puede pasar ya. No hay nada comparable al suave calor que sientes cuando despiertas en tu cama. A menudo tenía pesadillas, la mayoría eran realmente angustiosas y aterradoras, pues  soñaba que el fuego y la destrucción se extendían por toda la ciudad y más allá, convirtiendo nuestro planeta en un infierno. Quedando yo y otras personas, las cuales nunca recordaba, en la cima de una montaña observando lo que conseguido, era en ese momento cuando una horrible risa me despertaba. El olor de sabanas limpias era tan tranquilizador, ese olor a suavizante... ¡ese no era mi suavizante! Abrí los ojos aquel techo me era desconocido, un fluorescente parpadeaba. No estaba en mi dormitorio, parecía la habitación de un hospital.    Lentamente me incorporé en la cama para atisbar la habitación mejor. Mis sentidos se despertaron informándome de las numerosas contusiones que tenía por todo mi cuerpo, pero lo peor era la cabeza,  era como si me hubieran golpeado con un bate de beisbol.  Rápidamente el resto de mi conciencia se despertó y el dolor fue relegado a un rincón apartado de mi mente, no tenía tiempo para lloriquear. Pues allí en la esquina, un hombre estaba sentado majestuosamente en el sofá. Su cara no me era desconocida, la había visto antes, no recordaba donde. Aquel hombre poseía poder, un recuerdo asaltó mi mente, era el hombre del tren, el que intentó leer mi mente, ese maldito bastardo.
    Ahora que lo veía mejor, sin tanta sangre ni coágulos de por medio, era un hombre robusto y bien proporcionado. Su melena castaña, casi negra, que le llegaba por los hombros, le encuadraba la cara haciéndole parecer un león. Sus ojos eran grises con una grave y penetrante mirada. Todo de él parecía sacado de un cuadro neoclásico, era como si hubieran retratado a uno de esos dioses griegos. Vestía de negro con unos pantalones vaqueros, americana y en el suéter de cuello alto, sobre su pecho brillaba un extraño colgante plateado de corte tribal.
- Has tenido suerte - dijo el hombre, su voz sonaba igual que un padre regañando a una niña traviesa - Suerte al enfrentarte a ellos.... y suerte que fuera yo, él que se acercó, si llega a ser otro estarías muerta... No deberías salir a perseguirlos, solo eres una cría y seguro que él está muy enojado.
    Le miré como una vaca mirando a un tren, yo no le conocía, jamás le había visto pues un hombre así lo hubiera recordado, era un total desconocido. ¿Quien pensaba que era? La verdad, no le iba a sacar del error. En cuanto se diera la vuelta, desaparecería para jamás volverlo a ver. Aunque... si lo hubiera conocido en otro momento... no me hubiera importado conocerlo, pues su mirada estremecía hasta el último de mis nervios con una sensación de peligro y excitación.
- Anne, desde luego no eres muy habladora - dijo el hombre acomodándose mejor en el sofá, si eso era posible - supongo que todos los tuyos sois iguales. Solo habláis cuando os es imprescindible, más o menos cuando un Jesrocte os esta royendo la cabeza. Bueno, no importa... Le hemos llamado  y viene hacia aquí. No creo que esté feliz. Será mejor que te prepares, pues dado como es, no vas a salir impune de esta.
    Desde luego, tenía un problema, me habían confundido con alguien y algún responsable de la tal Anne iba a venir. Quizás fuera uno de los funcionarios del gobierno que se dedicaban a supervisar a los Hijos. ¿Cuánto tardaría en llegar? Tenía que huir. Desde luego tenía un problema bastante grande, y desde el Cambio mis problemas y preocupaciones se habían incrementado. A mí no me meterían en la lista, no era un animal al que estudiar. Podía hacer cosas que los normales no hacían, pero mi vida cotidiana era normal, igual que mucha gente. Por suerte, mis cambios no fueron  visibles como los de otros, unos nos llamaron los hijos de la contaminación, otros utilizaban la palabra mutante. Muchos pseudocientíficos afirmaron que nos paso esto por los contaminantes, por el agujero en el ozono o por los alimentos transgénicos. Otros afirmaban que era el castigo de dios, por la conducta disoluta de los padres, en pocas palabras la misma mierda que durante siglos han difundido, la de pecadores dios os ha castigado...
    Los Hijos más llamativos, fueron entregados por sus familias, y experimentaron con ellos... muchos murieron, hasta que unos periodistas destaparon los experimentos atroces que realizaban con los Hijos. A partir de ahí, los padres se dedicaron a ocultarlos, pues en la mente de la gente si no eres como los demás eres un monstruo, un inadaptado, o un criminal. Finalmente nuestro gobierno estableció los grados de 'diferencia' de los Hijos, y estableció un protocolo para tratar a aquellos mas 'diferentes', “escuelas especiales, lugares especiales” según dijo el presidente. A pesar eran mentalmente eran iguales que la mayoría de la población. Unos campos de concentración donde mantenerlos seguros, o más bien un lugar donde esconderlos de la vista de la sensible sociedad.
    Un móvil sonó. El hombre se incorporó un poco en el sofá, y extrajo del bolsillo posterior de sus vaqueros el aparato. Miró la pantalla de su móvil, y rozó su amuleto de forma similar a como yo lo hice con el mío, pero el suyo cambio de color volviéndose más rojizo. Descolgó y comenzó a hablar en un idioma extranjero, progresivamente su conversación fue cambiando el tono a uno más serio, agresivo y alto. Mientras se movía incomodo en el sofá. De repente, se levantó de un salto y comenzó a gritarle a su interlocutor mientras caminaba a grandes zancadas por la habitación, la persona que estaba al otro lado de la línea lo había puesto de muy mal carácter, ahora sí que parecía un león, hasta las voces que daba parecían rugidos. De pronto se paro, me miró. El estómago me dio un vuelco y los ovarios se me pusieron como antenitas. ¿Habría descubierto que no era Anne?
    En su mirada pude a preciar cautela y quizás algo de odio, había escuchado algo que no era para mis oídos o quizás me había descubierto. Susurró un par de palabras al interlocutor del móvil, me miró, y se encaminó con paso ligero a la puerta. Salió de la habitación sin ninguna nuestra de agresividad, después de aquella mirada, me esperaba un portazo como mínimo, pero no lo oí, solo el sonido de la llave, me había encerrado.
    Era hora de irse, me levanté de la cama, me habían puesto una bata de hospital, una de esas que te dejan toda la espalda al aire. ¡Fantástico atuendo para una fuga! ¿Habrían guardado mis cosas en un armario de la habitación? Bueno, en principio eso era lo que hacían normalmente, aunque no sé, si las enfermeras o los parientes del enfermo. Así que me dirigí esperanzada hacia él. Desde luego la suerte estaba conmigo allí estaba mi ropa.  Rápidamente me vestí. Tenía que salir de allí, antes que el responsable de Anne llegara. La puerta estaba cerrada y seguramente él estaría fuera discutiendo por el móvil, así que solo quedaba un lugar, la ventana. Aunque seguramente la ventana sería lo primero que mirasen, pero como señuelo iba bien... intentaría otra cosa... Siempre hay más de un camino cuando no te riges por las normas.
    Reseguí en mi pecho el pequeño tatuaje en que se había convertido mi talismán, lo había creado hacia tiempo, tenía varios usos, pero el que más utilizaba era recoger todos mis objetos personales, dejando solo el dinero y poco más. Lo dejaría oculto ahí hasta que estuviera realmente a salvo, no era plan apresurarse. Me acerqué al armario y rápidamente movilicé mi poder para destruir cualquier rastro orgánico que hubiera podido caer de mi ropa, después realicé lo mismo en la cama. La cosa iba bien, no sabían quién era, y no tendrían nada para localizarme.
    Desde hace tiempo, sabía que cada persona dejaba un rastro, aparte de los conocidos por científicos, este era un rastro energético muy diferente a los normales, uno que se podía seguir con otros medios...  Así que debía tener cuidado por si intentaban perseguirme, usaría mi energía para crear varios rastros ficticios y encapsularía el mío, para hacerme invisible a posibles rastreadores, no era la primera vez que me enfrentaba a gente como esta. Comencé a mover las energías que necesitaría, mientras observaba detenidamente la habitación. Fue fácil crear improntas de energía, pues movilizar fuerzas puras siempre lo era. Me fijé en las rejillas de ventilación que había en la habitación, solo tendría que comprimir mi materia y reducir el peso, cosa que aprendí después del lamentable incidente en el instituto. Además nadie esperaría que se pudiera huir por ahí.
    Así que lancé mis rastros, que tardarían cinco minutos en separarse en quince y redirigirse a lugares distintos de la ciudad. Rápidamente me acerqué a la rejilla, me concentré y reduje mi tamaño al de una cucaracha. Mientras entraba por la toma de aire, se comenzó a abrir la cerradura. Él estaba en la puerta plantado mirando la cama vacía, se dirigió a la puerta del baño y llamó. Al no recibir respuesta, volvió a llamar, después abrió la puerta para descubrir que estaba vacío. No veía a nadie en la habitación. Miró hacia la ventana, se acercó. También estaba cerrada. Menudo descuido, me había olvidado abrir la ventana...   
- Bueno, ¿y donde dices que esta mi Anne? - se oyó una voz desde fuera de la habitación - porque ahí no la veo...
- Estaba aquí... - dijo el hombre moreno.
- Pues ahí no hay nadie - respondió el nuevo desconocido mientras movía las manos en una extraña danza.
    En la habitación entró un hombre de unos cincuenta años de rasgos árabes. Llevaba el cabello peinado hacia tras y sus sienes estaban plateadas por las canas. En su cara destacaba una perilla muy bien cuidada. Vestía como un alto ejecutivo, con un traje gris marengo, corbata y camisa con gemelos que iban a juego con el sujeta-corbatas. Sus negros ojos que escrutaban tanto la habitación como al individuo moreno. A su lado entró una chica joven que tendría como mucho dieciséis años, rubia natural, de ojos color miel que  vestía casual con abrigo de lana negra, debajo del cual llevaba un suéter verde botella, unos vaqueros, y unas botas altas de gran tacón. Ambos miraban al hombre moreno con curiosidad.
- Tu chica nueva, Anne, estaba aquí. Se habrá asustado y huido, con el genio que tienes... - dijo el moreno - Esta mañana se enfrentó a una doblez del espacio, como te debes haber enterado, hubo un ataque a los normales. Y ella protegió a parte de ellos con un campo...
- Pues Anne no sería capaz, es una aprendiz- respondió el cincuentón mientras seguía agitando las manos - Ella es incapaz de lograr algo que consideraríamos... como decirlo sin ofender... decente, quizás sea esa la palabra menos ofensiva. No sería capaz de defenderse a sí misma así que defender a más gente sería imposible... ¿Olvidas que es una aprendiz? Además ella ha permanecido todo el día conmigo, es como mi perrito faldero, eso tienen los aprendices piensan que si se pierden un momento de tu tiempo se van a perder algo importante, algún extraño secreto...
- Estás seguro... los jóvenes tienden a escabullirse a la menor oportunidad - dijo el moreno.
- Desde luego, esta es Anne. Anne Scott - dijo señalando a la muchacha que iba con él, y no había abierto la boca en toda la conversación.- Ahora dime, se identificó la muchacha como Anne.
- No, no dijo ni una palabra - respondió.
- ¿Comprobasteis que no fuera ninguno de ellos? - dijo el cincuentón - ¿Verdad, Gianni?
- Lo comprobó Zacarías  - respondió el hombre moreno, Gianni - Y ya sabes cómo es el para estas cosas...
- Así que era humana, y con poder... desde luego debe haber venido de afuera - dijo mientras se mesaba la perilla - Aquí tenemos a todos los nuestros localizados... ¿Pero quién era? ¿Y quién la manda?
- Era una mujer, joven, morena de ojos negros, bajita, con curvas…
- ¡Vaya! - dijo alzando sus manos al cielo - buena descripción engloba a la mitad de la población femenina.
- Tenía cara de niña buena
- ¿Puedes mostrarme una imagen? Lo tuyo nunca han sido las descripciones.
    Gianni comenzó a recitar unas palabras mientras hacía pases con las manos. Y con cada movimiento se fue definiendo una figura femenina, primero se definió mi altura que apenas alcanzaba la altura de Anne. Después se añadió la ropa que vestía, cuando me recogieron del vagón, unos vaqueros oscuros, y un amplio jersey gris. Siempre llevaba ropas amplias y oscuras para ocultar mi sobrepeso,  no es que estuviera realmente gorda, es que no tenía el tipo de las jovencitas… era como la típica Virgen pintada por Murillo. Cuando hubo  terminado de detallar la ropa, siguió con mi cabeza, lo primero que apareció fue mi melena castaña revuelta, que no duraba ni cinco minutos peinada, después dibujó mi rostro cuadrado y en el enmarcó mis grandes ojos negros, mi nariz ligeramente respingona, y mi boca pequeña enmarcada de unos labios carnosos. Y lo más curioso fue la expresión angelical que le confirió a mi rostro. Cuando terminó, los tres contemplaron la imagen, era casi perfecta.
- No la conozco - dijo el cincuentón - y con el poder que ha tenido que utilizar tiene que ser uno de nosotros de pleno derecho. Además sus rasgos son europeos, y conozco a todos, por lo menos de vista. Esta persona no existe.
- Pues te puedo asegurar que es de carne y hueso - respondió Gianni - además de humana según Zacarías, y se puede equivocar en muchas cosas pero en eso...   
    Comencé a oír unas nuevas palabras, el viejo las recitaba. Curiosa me asomé, pues para mí era impresionante ver a otra gente haciendo lo que yo sabía hacer, allí en el aire había una docena de seres que podrían haber pasado por mosquitos, todos ellos se dirigieron hacia la ventana. El hombre se acercó, la abrió dejando salir a los insectos y todos desaparecieron, no quedo ninguno. Mi treta había funcionado. Ya era hora de irse, había sido una temeridad quedarme a mirar, pues me podrían haber localizado y me hubiera tenido que enfrentar a los tres.   
    Lentamente me alejé de la rejilla, y me comencé a internar en el conducto. Estaba lleno de polvo y en algunas zonas había gigantescas pelusas, aquello hacía tiempo que no lo limpiaban. El lugar estaba en penumbra y apenas se veía, pues las rejillas estaban bastante distanciadas unas de otras. Ágilmente avance por aquellos oscuros conductos, intentando hacer el mínimo ruido posible, no deseaba despertar ningún interés. Sin embargo, quizás por paranoia notaba una presencia, aunque era incapaz de localizarla sin usar mis poderes. Tras varios fracasos, logré llegar a un aseo, ahí solo tendría que esperar a que se vaciara para salir. Preferí esperar, pues no sabía si ellos ya habían abandonado el hospital,  así que espere un par de horas aunque aquella sensación de ser vigilada no se diluyó, pero en ese tiempo, oí varias conversaciones que me desvelaron en que hospital me encontraba. Finalmente salí de la rejilla, y corrí hacia uno de los aseos. Allí rompí las fuerzas que me mantenían reducida y adquirí mi tamaño y peso, pero mantuve encapsulado mi poder oculto. Fuera aun se oía jaleo, aun seguía la hora de visita.
     ¿Se habrían ido o continuaban ahí? No sabía si estaban allí fuera. Pero ese era un peligro que tendría que afrontar. Desde luego no me podría quedar a vivir en un aseo. Así que tome aliento, lo contuve y lentamente lo dejé salir, para relajarme. Extendí la mano hacia la puerta y la abrí. En el pasillo había unas cuantas personas, y una enfermera. Cada uno entretenido en sus cosas, allí al lado se veía un ascensor, y en la pared estaba la placa con la planta. Sería fácil, solo tendría que cogerlo y llegar a la planta baja, y allí seguir las señales y salir.
    Llamé al ascensor, no tardó mucho en llegar, venía con alguna gente de arriba, me dirigí hacia el fondo, me gustaba apoyarme en el fondo del ascensor. Pronto estaría fuera. Como siempre, en los lugares públicos el ascensor fue parando en todas las plantas y lentamente se fue llenado, la gente se apelotonó. De repente, las puertas se abrieron, y allí estaba él, el hombre moreno, Gianni. Oculta tras la gente, lo vi entrar, hablando por el móvil. No he había visto, seguramente no se esperaba encontrarme en el ascensor.
    Allí enfrente de las puertas del ascensor, con una postura arrogante estaba hablando en una lengua desconocida por el teléfono, multitud de miradas femeninas seguían su movimientos, igual que una serpiente la flauta del encantador. Todo el mundo se mantenía alejado de él, respetaban  su espacio personal, o bien por respeto o por temor no habría sabido decir cuál de las hipótesis era la correcta.  Allí estaba como un majestuoso león, manteniendo su territorio, mientras las hembras le miraban añorantes. Estuvo solo un par de pisos, pero cuando salió, un suspiro lleno la cabina del ascensor, lo que resultó penoso ver a un montón de mujeres adultas anhelándolo.
    Llegamos a la planta baja, no reconocí a nadie, pero desconocía si estaba a salvo o vigilaban. Rápidamente me dirigí a las puertas automáticas, con la mirada fijada en el suelo, sin levantar los ojos esperando no llamar la atención de nadie. Había anochecido, y hacia un poco de frío, se echaba de menos una chaqueta.
    Me acerqué a la marquesina del autobús más cercana, un mapa, eso es lo que necesitaba para situarme. Iría al centro, era un buen sitio para despistar a cualquier perseguidor. Cogí unas monedas del bolsillo para sacar el billete y me senté a esperar.

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